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Cuando tenía dieciséis años escribí un cuento sobre un chico que compraba marihuana en el baño de la escuela. Su objetivo era lograr una consecuencia noble en el mundo, incluso aunque para eso tuviera que hundirse hasta lo más bajo.
Hasta ese día, yo había escrito cuentos
con muchos adjetivos complicados, explicaciones de más, reflexiones, y
declaraciones de vida. Para darse una idea, al último cuento le había puesto de
título El sueño del perfume y sus cabellos negros. Trataba sobre un
chico de barrio que caminaba por las calles de Buenos Aires, una chica se le
acercaba y él se enamoraba perdidamente. Había dos páginas enteras en las que
el pibe describía su belleza. Como si no le alcanzara, después de eso recitaba
espontáneamente un poema de cinco estrofas (que no voy a reproducir por respeto
a la poesía).
Un día leí la novela El origen de
la tristeza y fue un punto de no retorno. Me conmovió más que otras
cosas que pretenden conmover avisándote en cada oración que te tenés que
conmover. Lo leí, y releí. Pensé: “se terminaron las historias cursis
esas, ahora voy a escribir un cuento de un personaje que sea desagradable para
todos, que sea una rata”.
Tenía dieciséis años. Me senté en el
banquito de la cocina mientras mamá preparaba la comida, abrí un nuevo archivo
de Word y le puse “Una rata” (punto doc). Vomité lo primero que se me vino a la cabeza: un chico que hacía
rugby y quería pegarle a otro, una situación de soborno, drogas, puteadas
de más, y ni una explicación ni reflexión de nada. Tenía dieciocho páginas...
Bueno, supongo que todavía había algunas explicaciones.
Se lo leí a mamá como cinco veces.
“Escribís muy bien”, me dijo, “me gusta mucho”.
Unos años después, me sumé al taller de Pablo
Ramos y leí en voz alta “Una rata” para mis compañeros y él. Leí durante unos
largos cuarenta y cinco minutos. Las devoluciones me golpearon, pero las anoté
todas. Para mi maestro y compañeros, el protagonista era muy sensible y había
una historia de amor que estaba evitando contar.
En el 2017 iba a la facultad y trabajaba
en un conocido local de comida rápida. Me despertaba, iba a la facultad,
después a trabajar y llegaba a las 2 a.m. a casa para dormir unas horas. Los
miércoles, iba a taller. Encontré en internet un concurso de cuentos de la Bienal
Arte Joven de Buenos Aires. Yo era joven y tenía un cuento. Pasé una semana
corrigiéndolo. Me quedaba hasta las cinco de la mañana, tratando de entender lo
que me habían dicho en el taller. Se lo leí a mis papás una y otra vez.
—Quedaría mejor “Como una rata”, porque
al final el personaje no es ninguna rata —dijo papá.
Yo le hice ese gesto de que no me
convencía, de que la idea era chota pero que gracias por el intento. Después fui
corriendo a cambiarle el título. La nueva versión tenía trece páginas.
La noche anterior al día límite, fui
hasta el sillón de la tele donde estaba mi hermano menor y le dije:
—Che, ¿tenés unos cinco minutos para
escuchar mi cuento?
Puso la tele en silencio y me
escuchó.
Cinco horas después estábamos leyendo
por vez un millón el último párrafo de la historia. Nos parecía que había algo
que cambiar.
—Tiene algo raro —me dijo mi hermano—,
leelo de nuevo.
Lo leí de nuevo.
—No, boludo. Lo leíste con otra
entonación. Ahora siento que está bien.
Corregimos y debatimos hasta que ya no
podíamos más del sueño. Al día siguiente envié el cuento. La mano me temblaba sobre el mouse cuando toqué click.
Una tarde, caminaba al lado de las vías del tren cerca de la Universidad Católica y me llamaron al celular. Un número que no conocía. Era un tipo de la Bienal. “Tu cuento salió seleccionado, felicitaciones”. Meses después, se publicó en la antología “Raros peinados nuevos” (Eterna Cadencia, 2017) junto a otros escritores y escritoras.
No sé si el cuento será bueno o no. La
verdad, yo ya no lo puedo ni ver. A veces lo detesto.
La primera reseña que encontré sobre la
antología mencionaba mi cuento (Solo
Tempestad,Miguel Sardegna) y lo comparaba con un cuento de Kipling que hablaba sobre el acto de amor más perfecto y completo. La
felicidad que experimenté al leer eso fue incomparable. Después me cagué de risa,
y después me emocioné de nuevo.
En BazarAmericano,
Daniel Nimes puso que "Como una rata" tenía cierto fondo artliano y que “La cuestión de la circulación del
dinero se instala como central: es el mecanismo del protagonista para
resguardar la integridad física de un compañero al que apenas conoce (pero que
sabe mejor que él) y es, a su vez, la eterna falta, el lado B del fantaseo de
la imaginación”. No entendí nada, pero me emocioné también.
La última y una de mis favoritas que
encontré fue la reseña de la Revista
Chubasco en Primavera, donde Joaquín Rodríguez escribió que “Como una rata”
tenía algo tipo género policial del año ’20. No me había dado cuenta, pero
buenísimo.
Fue inexplicable la emoción de encontrar
el libro en las librerías de Buenos Aires. Abrir el libro y ver mi nombre. La
gente dando vueltas por ahí y yo parado leyendo mi nombre en, no sé, El
Ateneo o donde fuera. Re loco.
Un día, una chica de Catamarca me
escribió para decirme que el cuento le había gustado mucho. Se lo conté a todo
el mundo. Una chica de CATAMARCA leyó mi cuento y le gustó. Me iba para arriba.
Mi narcisismo estaba al palo, y lo estuvo durante mucho tiempo en el que
escribí porquerías.
También me escribió un actor para
decirme que le había parecido muy piola mi cuento y que le avisara si hacía
algo más. Hace poco, de casualidad fui a una obra de teatro y me crucé con ese mismo actor. Al finalizar la función me acerqué a él y lo felicité por su actuación.
—No sé si te acordás —le dije—, yo escribí “Como una rata”.
No vi señal de reconocimiento en su cara. En realidad, no vi señal de que me estuviera escuchando. Más bien parecía que quería escaparse de mí, como si yo fuera un psicópata.
—Mirá… Mirá vos —dijo.
El tipo miraba la pared que estaba atrás mío y tironeaba de
mi mano para soltarse, pero yo no quería dejarlo ir.
—No sé si te acordás yo soy…
—repetí, pero él se dio vuelta, dio unos pasos rápidos en dirección a la salida y desapareció.
Esa fue la última vez que pensé en “Como una rata” hasta
hoy, 24 de abril del 2020, que inauguro “COMO UNA RATA, el blog”,
en honor a ese cuento que me hizo vivir cosas tan extrañas y distintas. Un blog dirigido
a quienes les interese leer alguna otra cosa mía.
***
Ilustración del cuento "Como una Rata" por Malena Gala |

Muy bueno! Felicitaciones
ResponderBorrarVa a haber cuentos de huevos?
ResponderBorrarSeguramente
BorrarSos buenisimo miguelon!!!,que tiemble Borges carajo jajaja
ResponderBorrarSeguí asi muchacho, espero mas escritos <3
ResponderBorrarFelicitaciones!! Si está es la intro no me imagino todo lo que va a venir jaja. Muchos éxitos!
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